En el concepto de globalización conviene distinguir
con fines analíticos dos significaciones. Por un lado, la globalización
económica, es decir, la formación de un mercado global que es, sin duda, una
arista esencial del fenómeno total. Ella ha tenido como instrumento fundamental
en su despliegue a las empresas multinacionales (ET). Éstas y no los gobiernos
ni la sociedad civil han estado a la vanguardia del proceso, para bien y para
mal. Debido a ello es que los problemas se han globalizado con mayor facilidad
que las soluciones, como lo ha mostrado la crisis financiera y económica que
estalló en el 2008. La crisis evidenció, y lo sigue haciendo, una carencia de
normativas internacionales para encarar los profundos quiebres que aún hoy
persisten tanto en el sistema financiero como en el empleo y en la economía en
general. Es que aún hoy la globalización económica carece de gobernabilidad.
Por otro lado, la globalización en su sentido amplio,
cultural y social. Ella está fuertemente ligada a la expansión de las
tecnologías de la información y la comunicación (TICs). Comportamientos
políticos, actitudes sociales y problemáticas psicológicas, forman parte de la
mundialización tomada en este sentido.
Ambos procesos –el económico y el cultural- se
retroalimentan. Como es obvio, los dos están entroncados con fenómenos
políticos, sociales y tecnológicos. Desde ahí impactan al hombre común. Su
cotidianeidad no permanece invariada. Sus esperanzas, aspiraciones, intereses,
zozobras y conflictos no son los mismos.
El autor de este artículo inició una reflexión,
absolutamente preliminar, sobre algunas de las variaciones que han ocurrido en la
vida del conjunto de la gente a partir del despliegue de las tecnologías que
han acompañado al proceso de globalización. No sólo de la elite empresarial y
política (los “happy few”), sino de
las mujeres y los hombres comunes en esta parte del mundo. Ello en el artículo “Las nuevas tecnologías y
su impacto en la sociabilidad”. Conductas, sentimientos y valores que se
vinculan estrechamente con la recepción de las nuevas tecnologías y sus
consecuencias. El presente artículo enuncia algunas ideas sobre las relaciones
más generales entre globalización, las TICs y la sociedad.
Nicholas Carr, entre otras sugerentes afirmaciones,
dice en la entrevista que se cita: “La multitarea, instigada por el uso de
Internet, nos aleja de formas de pensamiento que requieren reflexión y
contemplación, nos convierte en seres procesando información, pero menos
capaces para profundizar en esa información y al hacerlo no solo nos
deshumaniza un poco sino que nos uniformiza”. “La tecnología… no es neutral,
cambia las normas sociales e influye en nuestras elecciones”. Si estas dos
aseveraciones de N. Carr contuviesen sólo un cierto grado de verdad aún serían
relevantes como para justificar nuestra preocupación.
Los procesos aludidos por Carr son generales y,
probablemente, ocurren con algunas diferencias, leves o agudas, en todas las
sociedades que experimentan la participación en la vorágine de innovaciones
tecnológicas que se expanden por el mercado global. Encontrar especificidades
respecto de ellos para el caso de los países de América Latina necesitaría la
realización de un programa de investigaciones empíricas.
Chile, como otros países de la región, ha
experimentado desde las dos últimas décadas del siglo pasado las ventajas y los
peligros de la inserción en el mundo global. La apertura económica y las nuevas
tecnologías, como la globalización en su conjunto, tienen las dos caras. El
país ha tenido un importante crecimiento económico, pero dependiente de los
vaivenes del mercado mundial. Las innovaciones tecnológicas, han tenido una
entusiasta (y, de algunas, masiva) recepción.
La brusca exposición a tales tecnologías y a la influencia de la
cultura, de los comportamientos y del cotidiano devenir de sociedades
extranjeras, centrales y periféricas, para decirlo en un lenguaje que la
globalización torna obsoleto, ha impulsado un cambio rápido de los valores y
las conductas, aún no enteramente internalizados.
El actual proceso de globalización económica y las
TICs aunque tienen una estrecha relación son fenómenos independientes, difieren
por su origen. Estas tecnologías
reconocen sus inicios con anterioridad a los acontecimientos sociales y
políticos que abrieron las posibilidades de la constitución de un mercado
global. El principal de ellos fue la caída de los “socialismos reales” los que
separaban económica y geográficamente al mercado capitalista del socialista.
Por otro lado, la expansión de las TICs es transversal, va más allá de los
confines del llamado “mercado global” el que en realidad deja fuera porciones
significativas de la geografía mundial.
Además, al interior de las sociedades concernidas excluye a amplios
sectores sociales algunos porque se ubican en zonas apartadas de los centros
urbanos y, los más, por ser simplemente irrelevantes para la economía moderna.
Son los excluidos sociales que quedan fuera de la globalización, en especial de
sus aspectos económicos. El afán explotador del capitalismo clásico fue
superado por la irrelevancia económica de las masas excluidas. En realidad, las
unidades económicas, sociales y culturales no se articulan en el nuevo sistema
económico y tecnológico por países sino por redes. Las ciudades principales son
las residencias más habituales de las unidades que se incorporan a estas redes.
Todo ello lo podemos comprobar en las recientes
movilizaciones sociales ocurridas en muy variados países y culturas. Ellas han
puesto en evidencia la penetración de las TICs en la sociedad, más allá del
mercado. Existe el convencimiento acerca de que el correo electrónico, los mensajes
vía celular, las redes sociales de Internet han tenido un importante rol en las
movilizaciones sociales y políticas que han ocurrido últimamente en sociedades
cerradas, con gobiernos autoritarios. Tal es el caso de las movilizaciones
populares realizadas a partir de enero de 2011 en países del norte de África,
donde ha quedado claro para todos (también para los respectivos gobiernos) que
Internet con sus redes sociales, correos electrónicos y teléfonos móviles han
tenido y tienen un rol extraordinario en la gestación y organización de las movilizaciones
populares. También movilizaciones ciudadanas en países con gobiernos
democráticos se han gestado y ocurrido con la ayuda de dichos instrumentos,
aptos para una convocatoria rápida y masiva. Tales los casos de Chile, España,
Israel y otros. Algunos analistas le asignan importancia principal en la
convocatoria; otros una secundaria. Incluso los gobiernos se han incorporado a
la utilización de Twitter, Facebook, Youtube y otros cuando altas autoridades
dan a conocer su pensamiento sobre acontecimientos relevantes. Algunos de ellos han preparado instructivos
para sus funcionarios acerca del modo en que deben usar las redes sociales,
como es el caso de Estados Unidos, Gran Bretaña, Australia y Cataluña en
España. La prensa ha informado que el gobierno de Chile está haciendo algo
semejante.
No obstante, no todos los sectores sociales chilenos han
incorporado a su quehacer el amplio rango de oportunidades que les ofrece la
Sociedad de la Información. Así, por ejemplo, los partidos políticos, en
especial los parlamentarios, constituyen un sector importante de la sociedad
que no ha mostrado, mayoritariamente, la necesaria sensibilidad para
beneficiarse en su trabajo político del uso de las nuevas tecnologías para
interactuar con los ciudadanos, a pesar de las facilidades que les ofrece el
Estado. Sin embargo, organismos del Estado chileno, el sistema financiero, universidades,
diversas organizaciones sociales y personas interesadas (jóvenes, en especial) han
adelantado bastante en el uso de estas tecnologías.
Como hemos afirmado en otro ámbito
que la globalización es ambivalente trae
buenas y malas nuevas; avances y regresiones. Sus posibilidades abren unas
perspectivas auspiciosas y otras peligrosas. Así también ocurre con las nuevas
tecnologías. No se puede dar por sentado que su utilidad sea neutral; que sus
posibilidades sean todas convenientes; también ellas pueden traer serios
problemas. Son tiempos en que las certezas se imbrican con las incertidumbres.
Mas aún en un país como el nuestro, que por su geografía está alejado de los
grandes centros mundiales y que por la contingencia política experimentó la
marginación internacional por varios lustros. El fenómeno de la globalización
en sus vertientes económica, social y cultural, han estado produciendo quiebres
imposibles de desdeñar que están cambiando al país y a sus habitantes.
Uno de esos quiebres que se ha hecho presente es el proceso de
individualización. Sólo el individuo es el salvador de sí mismo. Él está a
cargo de superar los problemas de su vida privada, familia incluida, lo que,
obviamente, se constituyen en el desafío más difícil e importantes que le
plantea el sistema. Con ello la identificación
de las personas con un “ideario” nacional se ha debilitado a tal punto que al
parecer sólo el fervor por el deporte y la solidaridad en las catástrofes
naturales son los pocos referentes normativos de la sociedad que subsisten. Es
así como las instituciones políticas, religiosas, judiciales, económicas han
caído en la indiferencia, incluso en el descrédito. También la familia (de todo
tipo) debilita sus lazos solidarios.
El individualismo propiciado por la ideología neoliberal ha menoscabado
incluso a los movimientos sociales que tradicionalmente representaban y le
daban una orgánica a la sociedad, como los movimientos sindical, poblacional,
campesino, de mujeres y otros. Los nuevos movimientos sociales tienen
referencias más específicas. Lo mismo ha ocurrido con los partidos políticos
que postulaban una representación de clase, con sus concepciones del mundo y
sus proyecciones del futuro, “las grandes narraciones”. Ellos han devenido en
organizaciones pragmáticas que con dificultades procuran orientarse en el
presente y no tienen claros diseño del futuro próximo.
El movimiento estudiantil ha subsistido quizás por tratarse de un
movimiento típicamente generacional desligado de la estructura económica. Y
ello le ha permitido plantear a la sociedad el descontento por los valores que
la orientan y no sólo sus reivindicaciones específicas. Y la sociedad se ha
sentido interpretada.
El proceso de individualización es una de las razones de
la desorientación generalizada que es posible advertir en la elite política de
muchos países del mundo, no sólo de América Latina.
Cuando la inestabilidad económica y política se han
instalado en parte importante de mundo se hace necesario la indagación acerca
de lo que está ocurriendo en cada sociedad con sus vínculos con la economía
globalizada y con las innovaciones tecnológicas que se han incorporado a la
economía y a la sociedad. La actitud en América Latina en general, y en Chile
en particular, ha sido hasta ahora la del entusiasmo acrítico. Es necesario
acompañar este sentimiento con más investigación y mayor racionalidad.